domingo, 10 de diciembre de 2006

Perspectivas respecto del Duelo y la Pérdida. Por Andrés Aldunate G.

Respecto del duelo y la pérdida

Aspectos generales

El duelo puede ser entendido y experimentado de distintas maneras, por esta razón, resulta difícil el encontrar una única definición con respecto a este tema. Sin embargo, a partir de la revisión bibliográfica realizada, se ha podido establecer que muchos teóricos han coincidido en que el duelo, es un sentimiento subjetivo que se experimenta tras cualquier clase de pérdida, ya sea de personas, de vínculos, de animales u objetos. (Semfyc, 2004).

Considerando la definición propuesta en el párrafo anterior, el duelo puede surgir como resultado de distintos tipos de pérdida, además de la pérdida de una persona querida. Se incluye aquí la pérdida de status, de una figura nacional o de un animal doméstico. Por otra parte, la expresión del duelo abarca un amplio abanico de emociones, que dependen de las normas y expectativas culturales y de las circunstancias de la pérdida (por ejemplo, una muerte inesperada y repentina, frente a una muerte claramente anticipada). (D´Arcy Lyness, 2004).

El trabajo de duelo es un proceso psicológico complejo de deshacer los lazos contraídos y enfrentarse al dolor de la pérdida, al duelo y al sentimiento de la pérdida.

En sus acepciones más generales, es posible plantear una clasificación del duelo, considerando tanto su curso, como la sintomatología que se hace evidente ante la experiencia de pérdida.

El duelo no complicado es una respuesta normal, a la vista del carácter predecible de sus síntomas y de su desarrollo. Al principio del duelo suele experimentarse una especie de aturdimiento y perplejidad. Esta aparente dificultad para comprender el alcance de lo que ha ocurrido suele ser breve. Va seguida por expresiones de dolor y malestar tales como el llanto y los suspiros, si bien entre las culturas occidentales este tipo de comportamiento es más habitual en mujeres que en hombres. Aparecen también sensación de debilidad, pérdida del apetito, pérdida de peso, dificultad para concentrarse, respirar y hablar. Los problemas de sueño suelen manifestarse como dificultad para dormirse, despertarse en medio de la noche o despertarse demasiado pronto. Con frecuencia se sueña con la persona fallecida y la persona experimenta un gran desconsuelo al despertarse y comprobar que sólo se trataba de un sueño. (Semfyc, 2004).

Es también frecuente el auto reproche, aunque es menos intenso en un duelo normal que en uno patológico. Este tipo de reproches suele centrarse en actos relativamente triviales que se hicieron o se dejaron de hacer al difunto. Las personas que se sienten aliviadas de que sea la muerte de otro la que se ha producido, y no la propia, pueden sentir la llamada culpabilidad del superviviente. El superviviente cree a veces que es é quien debería haber muerto, y no el otro, y (si este sentimiento persiste) puede tener problemas para establecer nuevas relaciones por temor a traicionar al difunto. También tienen lugar distintas formas de negación a lo largo del proceso de duelo; con frecuencia, la persona que vive el duelo reacciona o se comporta como si la muerte no se hubiera producido. Los intentos de perpetuar la relación perdida suelen manifestarse en actitudes tales como seguir comprando objetos que gustaban al difunto o que se lo recuerdan (objetos de vínculo). (Semfyc, 2004).

La sensación de presencia del fallecido puede ser tan fuerte que provoque ilusiones o alucinaciones (tales como oír la voz del difunto o sentir su presencia). En un duelo normal, la persona se da cuenta de que estas percepciones no son reales. Como parte de lo que se ha llamado fenómenos de identificación, el superviviente puede adoptar cualidades, gestos y características de la persona fallecida, con el objeto de perpetuarla de una manera concreta. Estas maniobras pueden alcanzar expresiones potencialmente patológicas, como la aparición de síntomas similares a los que sufrió el fallecido o la sugestión de que se padece también la enfermedad que fue causa de su muerte. (D´Arcy Lyness, 2004).

Tradicionalmente, el duelo dura entre 6 meses y un año, y termina al cumplirse el primer año sin el fallecido. Algunos signos o síntomas del duelo pueden persistir mucho más allá de uno o dos años, y es posible que ciertos sentimientos, síntomas y conductas permanezcan para toda la vida. Al final, sin embargo, los duelos normales se consiguen resolver, y la persona recupera su ánimo productivo y de relativo bienestar. Por lo general, los síntomas agudos del duelo van perdiendo fuerza gradualmente, y a los dos meses del fallecimiento, la persona en duelo es capaz de dormir, comer y volver a funcionar. (Semfyc, 2004).

Es posible plantear entonces, en base a las características del duelo, la contraparte del duelo “normal” de manera ya más clara y definida. Algunas personas sufren un duelo y período de luto anormales. El duelo patológico puede adoptar diversas formas, que van desde la ausencia o retraso en la aparición del duelo hasta un duelo excesivamente intenso y prolongado que suele asociarse a intenciones suicidas o síntomas abiertamente psicóticos. El mayor riesgo de sufrir un duelo de características patológicas lo tienen aquellas personas que sufren una pérdida repentina o que se produce en condiciones horribles, los que están aislados socialmente, los que se sienten responsables (reales o imaginarios) de la pérdida, los que arrastran historias de pérdidas traumáticas y los que tienen una intensa relación de ambivalencia o dependencia con la persona fallecida. (Semfyc, 2004).

Cabe destacar en este punto, que no solo las características de la pérdida inciden en el cómo es que el duelo se presenta en los sujetos, ya que como ha sido expuesto en la sección anterior, referida al enfoque constructivista, el cómo las personas se refieren los hechos de su vida, no solo pasa por el hecho, sino que también por su experiencia, por sus significaciones previas, por sus patrones afectivos, etc.

En relación a esto, toma relevancia el realizar una salvedad teórica en cuanto a la posición del doliente, o a la relación el doliente respecto del “fallecido” (o más bien desaparecido para efectos de la presente investigación). Evidentemente, se presenta de manera distinta el duelo, cuando el doliente es un niño que sufre por la pérdida de sus padres, o cuando el doliente es un niño, que sufre por la pérdida de un hermano, y así tantas posibilidades se puedan formular tanto dentro, como fuera de las relaciones de parentesco, el punto que se debe relevar en este sentido, es que la relación del doliente, en cuanto al desaparecido, se manifiesta de manera “significativa” y que la causa del duelo, no se encuentra en el fallecimiento de un otro (lo cual se constituye como una certeza para el doliente respecto de la condición del otro), sino que por la desaparición, situación en la cual no hay certezas que indiquen al doliente respecto de las situación de vida, o muerte, que pueda estar padeciendo el familiar desaparecido.

Explicaciones teóricas del duelo y de la pérdida

Postulados de John Bowlby

John Bowlby (1998), en su teoría del vínculo mas señala la tendencia de los seres humanos a establecer intensos vínculos afectivos con otras personas, en este sentido "la conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado, al que se considera mejor capacitado para enfrentar el mundo". En este sentido "el duelo, se entiende como la reacción habitual ante la pérdida, una vez que ésta ha ocurrido".

Desde los planteamientos de este autor, es posible identificar cuatro fases características de el duelo (John Bowlby, 1998):

- La fase 1 es la fase inicial de intensa desesperación, caracterizada por el aturdimiento y la protesta. La negación puede aparecer inmediatamente, y también son frecuentes la cólera y la disconformidad. Esta etapa puede durar momentos o días, y la persona que vive el duelo puede recaer en ella varias veces a lo largo del proceso de luto.

- La fase 2 es de intensa añoranza y búsqueda de la persona fallecida. Se caracteriza por la incapacidad de descansar físicamente y la preocupación obsesiva por el fallecido. Esta fase puede durar varios meses, e incluso años, aunque de forma más atenuada.

- En la fase 3, que ha sido llamada la de desorganización y desesperación, la realidad de la pérdida empieza a asentarse. Se tiene la sensación de moverse arrastrado por las circunstancias, y la persona en duelo parece desconectada, apática y sin intereses. Suelo padecerse insomnio y pérdida de peso, así como la sensación de que la vida ha perdido sentido. La persona en duelo revive constantemente recuerdos del fallecido; se sufre una inevitable sensación de desconsuelo cuando se constata que se trata sólo de recuerdos.

- La fase 4 es una etapa de reorganización, en la que los aspectos más dolorosamente agudos del duelo comienzan la recesión y se experimenta la sensación de volver a incorporarse a la vida. La persona fallecida se recuerda ahora con alegría, y también con tristeza, y se consigue internalizar su imagen.

Tomando en cuenta las características del duelo “normal” y los condicionantes de cada una de las etapas propuestas por Bowlby (1998), es posible destacar que la duración del duelo, sería uno de los elementos distintivos respecto del corte de normalidad. En este sentido, es posible observar que las personas manifiestan su duelo de manera muy distinta, los síntomas, signos y fases del duelo y el sentimiento de pérdida no son tan discretos como parecen implicar sus caracterizaciones. En cualquier caso, las manifestaciones del duelo suelen perdurar en el tiempo. La duración y la intensidad del duelo, sobre todo en su fase más aguda, dependen de si la muerte o pérdida se ha producido de un modo más o menos repentino. Si la muerte, o en este caso la pérdida se producen sin aviso previo, el shock y la negación pueden durar mucho tiempo; si esta experiencia se esperaba desde tiempo atrás, gran parte del proceso de duelo puede haberse llevado a cabo antes de que la muerte llegue a producirse.

Postulados de William Worden

Worden (1997), plantea que el duelo representa una desviación del estado de salud y bienestar, e igual que es necesario cuidarse el hospicio lógico para devolver al cuerpo su equilibrio homeostático, así mismo se necesita un período de tiempo para que la persona en duelo vuelva a un estado de equilibrio similar.

A raíz de esto, Worden (1997) considera que ante una pérdida, se inicia un proceso activo de adaptación a una realidad que ha cambiado. Este proceso se caracteriza por cuatro aspectos esenciales, orientados a establecer el equilibrio y completar el proceso de duelo. Estos aspectos deben ser completados antes de que el duelo acabe. Sin embargo no requieren seguir un orden específico.

- Aceptar la realidad de la pérdida: si no es así se utiliza la negación de la realidad, el significado o la irreversibilidad de la pérdida.

- Trabajar las emociones: es importante reconocer y trabajar el dolor, puesto que de lo contrario se manifestará mediante síntomas otras conductas disfuncionales.

- Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente.

- Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo, lo que no significa renunciar a la persona muerta, sino que encontrarle un lugar adecuado en su vida emocional, de manera que le permita continuar viviendo de manera eficaz.

Worden (1997) distingue entre etapas, fases y tareas. Las primeras las crítica porque consideran que las personas no pasan por etapas fijas ubicadas en serie, si no que se pueden pasar de una etapa a otra en cualquier orden o bien anclarse en una determinada e incluso experimentar varias simultáneamente. En este sentido el autor hace explícito su desacuerdo respecto de los planteamientos de distintos autores que proponen el duelo común proceso fijo claro y delimitado, con etapas y un orden preestablecido. Cabe destacar, que pese al desacuerdo planteado por este autor, en lo que si concuerdan la mayoría de los autores es en que el duelo requiere de tiempo, y también de que el proceso que se debe cumplir.

Postulados de Robert Neimeyer

Los postulados del siguiente autor ocuparán un lugar especial en el desarrollo de la presente investigación al considerar el marco referencial utilizado por éste.

Neimeyer (2002), critican las visiones tradicionales y que se refieren al duelo, puesto que para él, el considerar el concepto de etapas, puede inducir a un error, en el sentido de que las teorías anteriormente descritas proporcionarían una descripción anónima de unos síntomas supuestamente universales del duelo y una serie de fases de reacciones que canales que parecen ignorar las particularidades de cada uno de nosotros. Por otro lado él plantea su desacuerdo en cuanto a la consideración de que el duelo debe acabar en una recuperación, tampoco cree que se pueda dejar de lado la capacidad para actuar, no está de acuerdo con que se tomen en cuenta sólo las respuestas emocionales y se deje de lado las conductas y significados, por último no está de acuerdo tampoco con que el proceso de duelo sea privado y se deje de lado el contexto relacional.

A partir de los planteamientos del párrafo anterior, este autor propone desde un enfoque constructivista, que el proceso fundamental de la experiencia del duelo, es el intento de reconstruir el propio mundo de significados. Este mundo de significados le permitiría al sujeto e interpretar su experiencia, coordinar sus relaciones con los demás y orientar sus acciones dirigiendo las objetivos significativos. (Neimeyer, 2002).

En términos del autor, para entender la experiencia de la pérdida, se hace necesario reconocer su omnipresencia en la vida humana. En cierto sentido, perdemos algo cada vez que avanzamos un paso nuestra vida, cosas que van desde las más concretas como lo son las personas, en los lugares, los objetos, hasta las más inmateriales, como lo es el caso de la juventud, los sueños y los ideales. El concepto de “pérdida" no debe ser implícitamente considerado en un contexto negativo, ya que hasta los cambios más positivos de nuestra vida implican en mayor o menor medida pérdida. Continuando con la idea anterior, los inevitables cambios por la que las personas pasan desde su infancia hasta la vida adulta, nos empobrecen, al mismo tiempo en que nos enriquecen. Se recalca nuevamente le idea de que todo cambio implica una pérdida, como así también cualquier proceso de pérdida es imposible sin la existencia de un cambio. (Neimeyer, 2002).

En cuanto a la constitución del duelo, es importante destacar que los afectados parecen compartir ciertas reacciones, sentimientos y procesos de curación, aunque también hay una variabilidad importante que depende de cada persona, de su forma de afrontar la adversidad y de la naturaleza de la relación que mantenía con la persona desaparecida. El autor reconoce que por motivos de simplicidad, es posible identificar ciertas fases de un proceso típico de duelo, como lo es el caso de las muertes repentinas e inesperadas de algún ser querido, aunque éste patrón puede variar en otras condiciones, como pueden ser los casos de muertes violentas o de muertes provocadas por largas enfermedades o por acontecimientos traumáticos. Incluso en estos casos, los afectados suelen participar de estos patrones comunes, aunque su intensidad o curación pueden variar de una pérdida a otra. Se hace referencia así a un "ciclo de duelo", que comienza con la anticipación o el conocimiento de la muerte de ser querido y se desarrolla a lo largo de una etapa vital de ajustes consecuentes. (Neimeyer, 2002).

- Evitación: cuando las circunstancias que rodearon a la muerte son ambiguas, los sobre vivientes suelen aferrarse a la esperanza de que su ser querido haya sobrevivido contra todo pronóstico, hasta que se hace inevitable la aceptación de la triste realidad. Una persona que se encuentra en esta fase puede tener sensaciones de aturdimiento o irrealidad. En términos conductuales, la persona puede parecer desorganizada y distraída, incapaz de llevar a cabo las actividades más rutinarias de la vida cotidiana.

- Asimilación: después de quedar desprotegidos por la conmoción y una vez externalizadas nuestra ira y evitación, empezamos a experimentar la soledad y la que tristeza con toda su intensidad, aprendiendo las duras lecciones de la ausencia de nuestro ser querido en miles de contextos de nuestra vida cotidiana. Ante esta profunda desesperación, se hace frecuente en limitar nuestra atención y nuestras actividades, distanciándonos del mundo social más amplio y dedicando cada vez mayor atención a la absorbente elaboración del duelo que debemos hacer para adaptarnos a la pérdida. En el estrés prolongado característico de esta fase también puede incidir en nuestra salud física, siendo frecuentes síntomas, el nerviosismo, las sensaciones de embotamiento, las náuseas y los trastornos digestivos.

- Acomodación: finalmente, la angustia y la atención característica de la fase de asimilación empiezan a ceder en las direcciones de una aceptación resignada de la realidad de la muerte. Aunque la mayoría de los casos la añoranza y la tristeza siguen presentes meses o años en la muerte, nuestra concentración y funcionamiento suelen mejorar. Vamos recuperando así un mayor nivel de autocontrol emocional y nuestros hábitos de alimentación y descanso vuelven a la normalidad.

El autor, hace referencia también a una equivocada concepción de la pérdida en la que se conceptualiza a los individuos afectados como sujetos que nos pueden hacer nada con su dolor, asumiendo así una postura pasiva respecto de su propia experiencia. En oposición, se describe el proceso de duelo como un proceso lleno de elecciones, de caminos o posibilidades que podemos aceptar o descartar, seguir o evitar. Se propone que uno de los objetivos principales de este proceso es el de volver a aprender cómo es el mundo, un mundo que la pérdida ha transformado para siempre. (Neimeyer, 2002).

Partiendo de la concepción del duelo como un proceso activo, se han definido una serie de tareas que los individuos deben realizar para asimilar y superar sus pérdidas, siendo dichas tareas formuladas desde esta teoría en términos de desafíos que la persona debe afrontar uno, haciéndolo de maneras diferentes en función de los recursos de los que dispone y de la naturaleza de la pérdida uno que ha sufrido. (Neimeyer, 2002).

- Reconocer la realidad de la pérdida: nos obliga a aprender la lección de la pérdida a un nivel intensamente emocional, a través de una serie aparentemente interminable de confrontaciones con las limitaciones que nos impone el daño que hemos sufrido, la ausencia de nuestro ser querido o la desaparición de un rol valioso que ayudaba definir nuestra identidad. Una dimensión interesante de este desafío pasan por reconocer que nosotros sufrimos la pérdida como individuos, sino también como miembros de sistemas familiares, esto hace que debamos reconocer la pérdida y comentar la pérdida con todos los afectados, prestando especial atención a la inclusión de los niños, los enfermos y los mayores en estas conversaciones familiares.

- Abrirse al dolor: por lo general ante la ocurrencia de una pérdida, lo habitual es que nos veamos superados por un dolor que nos resulta insoportable y que intentemos distanciarnos de él como sin embargo el distanciamiento de los sentimientos más estresantes que despierta la pérdida podría llegar a retrasar o perpetuar nuestro proceso de duelo, las personas que ha sufrido una pérdida necesitan identificar los matices de los sentimientos que deben elaborar y poner orden en ellos, ya sea en momentos de reflexión y contemplación privada por momentos compartidos de conversación. Por otro lado, tampoco es recomendable el ser centrarse sin tregua en el dolor de la pérdida, ya que podemos llegar a lastimarnos en niveles muy elevados.

- Revisar nuestro mundo de significados: la experiencia de una pérdida importante no sólo nos roban nuestras posesiones, nuestras capacidades o nuestros seres queridos, sino que también suele transformar nuestras creencias y presuposiciones que habían sido hasta ese momento los pilares que sustentaban nuestra filosofía de vida. En este caso se propone el comprender la pérdida como un evento propio de lo humano, de que como tales siempre tenemos un final.

- Reconstruir la relación con lo que se ha perdido: este desafío adquiere un carácter especial en los casos de muertes o pérdidas de los seres queridos. En éste caso los individuos afectados pueden sentirse obligados a olvidar la persona que han perdido, partiendo de la idea equivocada de que deben seguir adelante sin mirar atrás, cuando lo más acertado un serie de plantear que la muerte o pérdida transforma las relaciones, en lugar de ponerles fin. En este sentido no parece tan necesario el distanciar ser los recuerdos de ser querido ya que será la posibilidad de replantear una relación basada en la presencia física en otra basada en la conexión simbólica.

- Reinventarnos a nosotros mismos: resulta evidente en este momento, que ante la experiencia de la pérdida puede también morir, o dejar de ser, una parte de nosotros, no se debe olvidar que somos seres sociales que construimos nuestras identidades alrededor de las personas más importantes en nuestras vidas, y por ello la pérdida de alguna de estas personas genera también un vacío en nosotros mismos. Se plantea en este caso que a medida en que vayamos aprendiendo las lecciones de la pérdida, podemos afrontar nuestra vida con otras prioridades, con un criterio más claro respecto a lo que es importante y lo que merece que le dediquemos nuestra atención. Al revisar la filosofía que orienta nuestra vida, también nos reinventamos a nosotros mismos, abriendo posibilidades que antes parecían cerradas. En este sentido, aunque le pérdida puede ser dañina, también puede orientar nuestra renovación.


Fuentes utilizadas

- Bowlby, J. (1998). “El apego y la pérdida. La separación”. (Vols. 2). Barcelona – España. Editorial Paidos Ibérica, S. A.

- Kubler – Ross, E. (1989). “La muerte; un amanecer”. Barcelona – España. Editorial Océano.

- Neimeyer, R. A. (2002). “Aprender de la pérdida. Una guía para afrontar el duelo”. Barcelona – España. Editorial Paidos.

- Worden, J. (1997). “El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia”. Buenos Aires – Argentina. Editorial Paidos.

- D´Arcy Lyness. (2004).
La muerte y el duelo
Consultado en Abril, del 2005
Disponible en http://kidshealth.org/teen/en_espanol/mente/someone_died_esp.html

- Macías, José. Parrado Carmen. (2001).
Reacción de Duelo
Consultado en Octubre, 13 del 2005
Disponible en http://herreros.com.ar/melanco/prieto.htm

- Semfyc. (2004).
Aportaciones en salud mental: entrevista clínica al enfermo con trastornos mentales
Consultado en Abril, del 2005
Disponible en
http://www-elmedicointeractivo.com/formacion_acre2004/tema7/tsmentales6.htm

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